Lila Caimari es directora del posgrado en Historia de la Universidad de San Andrés (Argentina).
¿Cómo comienza su dia? ¿Tiene algún tipo de rutina matinal?
Comienzo el día entre las 6 y 6:30 de la mañana. Me abalanzo a encender la hornalla con la cafetera italiana, que dejé lista la noche previa. Exprimo dos naranjas. Mientras, me pongo en órbita – escucho las noticias en la radio, miro rápidamente los portales de prensa. Una vez que tengo un panorama de lo que ocurre en el mundo, apago todo, y con el vaso de jugo y la taza de café a mano, hago la primera lectura del día. En ese momento, cuando estoy despejada, leo textos desvinculadas al trabajo: ficción o no-ficción, novela, cuento, ensayo o crónica. Ese rato (una o dos horas) es muy importante, trato de protegerlo.
¿En qué hora del día usted trabaja mejor? ¿Tiene algún tipo de ritual de preparación para escribir?
Mi mejor momento, por lejos, es la mañana. Me siento a escribir a las 8 o 9, y trato de mantener esa franja de trabajo a salvo de interferencias. Siempre que puedo, concentro trámites, encuentros con estudiantes, clases, corrección de trabajos y demás compromisos académicos en horarios de la tarde.
No tengo rituales de preparación. Escribir me produce placer, y llego a esa instancia con ganas. A menudo sé con anticipación si será un buen día o no, porque mi rendimiento depende mucho de la calidad del sueño en la noche previa: si dormí bien, seguramente saldrán cosas. Si no, muchas menos.
¿Con que frecuencia escribe? ¿Escribe un poco cada día o en periodos concentrados? ¿Tiene una meta diaria?
Escribo todos los días un rato, dos o tres horas. Aun cuando tengo claro el rumbo y disponibles los materiales, no puedo producir muchas páginas por día. Es un proceso lento, que va sedimentando de a poco. Cada día reviso a fondo lo que tengo. Esta relectura es parte imprescindible del proceso, y va mejorando la calidad del texto, como en pinceladas cotidianas. Por este motivo, lo principal no reside en aumentar el número de páginas, sino en mejorar las que ya tengo, por lo que no puedo ponerme metas en ese plano. Sí es importante sentir que el texto va levantando vuelo y cobrando espesor a medida que pasan los días.
Después de esas horas de trabajo, salgo a caminar. Y mientras camino, sigo escribiendo. Como me mantengo en un estado de cierta concentración, muchas cosas (a veces fundamentales) se me ocurren ahí, mientras camino. La caminata es un complemento esencial de la escritura.
Si es posible, trato de hacer descansar el texto terminado, y lo retomo un tiempo después. En esa lectura posterior, más decantada y desapegada, se acomodan muchas cosas.
¿Cómo es su proceso de escritura? Después de recopilar notas suficientes ¿le resulta difícil comenzar? ¿Cómo pasa de la investigación a la escritura?
Mi problema no es comenzar a escribir, sino más bien no comenzar, porque mi gusto por la escritura me lleva a inaugurar esa fase mucho antes de tener en claro lo que voy a decir. Por lo general, empiezo cuando tengo una idea argumental germinal, y esa idea se va corrigiendo, densificando y ajustando con la marcha. A pesar de no ser lo más práctico, me he ido acostumbrando a trabajar así, sirviéndome del texto como sitio de ensayos y errores, en un vaivén que me lleva de vuelta una y otra vez a la lectura y la investigación de base. Por supuesto, incluso la más tentativa de las escrituras necesita de un proceso previo de investigación, y por ser mi disciplina la historia, no puedo sentarme a escribir sin haber pasado mucho tiempo consultando archivos y leyendo bibliografía. Pero las ideas nunca terminan de precisarse y de probar su rendimiento hasta que no pasan a la fase de escritura.
¿Cómo lidia con los obstáculos de la escritura, como la postergación constante, temor de no corresponder las expectativas y la ansiedad de trabajar en proyectos largos?
Los obstáculos que se interponen entre un texto en proceso y yo me fastidian mucho. Y si la imposibilidad se prolonga, el fastidio incide seriamente en mi estado de ánimo. Por eso, en esas épocas de mucho trabajo trato de encontrar huecos que me permitan mantener un espacio de escritura, por más mínimo que sea (madrugando más, o sacrificando la lectura inicial del día, por ejemplo).
El temor a no corresponder a las expectativas siempre está, pero ya no me aqueja como antes. Con los años, me fui convenciendo de que ese miedo, que puede funcionar como incentivo, también puede inhibir impulsos creativos que ahora valoro más.
Trabajar en proyectos largos no me produce ansiedad, aunque sí me frustra a veces tener que renunciar a temas e ideas que no cuadran en lo que tengo en curso.
¿Cuantas veces revisa sus textos antes de que sienta que están listos? ¿Los comparte con otras personas antes de publicar?
Como dije, reviso los textos innumerables veces mientras lo escribo. Y vuelvo a revisarlos en las ruedas sucesivas de edición. Nunca entrego un texto sin haber visto al menos una versión en papel.
Es raro que publique sin antes dar a leer los borradores a colegas en cuyo criterio confío, sobre todo cuando son exploratorios y tengo dudas.
¿Cómo se relaciona con la tecnología? ¿Escribe sus borradores a mano o en el computador?
Escribo todas las versiones en la computadora, pero llevo cuadernos de notas en la cartera, para las ideas sueltas que se me van ocurriendo.
Mi relación con la tecnología es limitada y muy instrumental. Ni siquiera participo de las redes sociales, aunque veo el interés de algunas, como Twitter.
¿De dónde vienen sus ideas? ¿Tiene algunos hábitos que le permiten mantener la creatividad?
Las ideas vienen de cualquier lado, y pueden aparecer en los momentos más inesperados. Pero surgen solamente si estoy en “estado de escritura”, es decir, concentrada al punto que lo que tengo entre manos me sigue dondequiera que voy. Ese estado, que pueden prolongarse durante semanas, se ha vuelto casi un modo (distraído) de estar en el mundo. Los mecanismos de la mente son misteriosos, y por eso nunca salgo sin un cuadernito en la cartera, porque la asociación de ideas ocurre tanto en las instancias predecibles (la oficina, el archivo, la lectura de un texto, una clase) como en los momentos supuestamente alejadas de esa actividad (un concierto, la cocina, el supermercado).
¿Qué podrías decir que ha cambiado en su proceso de escritura en los últimos años? ¿Qué le dirías a ti mismo si pudieras volver a escribir tu tesis?
Lo que más ha cambiado en mi relación con la escritura es el peso que atribuyo a esa instancia, que ahora concibo como más decisiva, compleja y creativa que antes. En historia, disciplina donde la primera persona está poco menos que prohibida y donde el lenguaje es el instrumento persuasivo principal, la forma y la voz de la narrativa son fundamentales. El proceso de escritura es intrínseco al objeto, no envoltorio del objeto, y los años de hacer historia me han permitido tomar conciencia de esas implicancias.
Disfruté mucho haciendo mis primeras armas en la tesis, que escribí en Francia. Justamente porque ahora valoro más la fase de escritura de la historia, si volviera a pasar por esa experiencia me aconsejaría no perder tiempo y energía tratando de escribir en francés mediocre, concentrarme en escribir en buen castellano, y conseguir un trabajo para pagarme un traductor.
¿Existe algún proyecto que te gustaría realizar pero que no has podido comenzar? ¿Qué libro te gustaría leer que aún no existe?
Como cada proyecto de investigación lleva tanto tiempo, a lo largo del proceso siempre asoman otros caminos que me tientan, y a los que hay que renunciar. Esta dimensión tan excluyente de la investigación me resulta difícil de aceptar, y es por eso que con el tiempo he ido desarrollando escrituras paralelas de formato más corto, en registros no académicos.
Creo que hay en la historia más potencial de experimentación formal de la que los historiadores nos permitimos. Me gustaría diseñar un proyecto que permita explorar más a fondo las posibilidades expresivas dentro del género “investigación histórica”, combinando el cumplimiento de las reglas del oficio con apuestas de construcción narrativa más fuertes.
Me cuesta pensar en libros que no existen y quisiera leer. Y si nombrara uno, pronto descubriría que sí existe.